domingo, 14 de marzo de 2010

Hola Marcela. Te escribo como seguramente tantas mujeres. Hijas, madres, nietas. Esposas, sobrinas, amantes, amigas, empleadas, dueñas, tías, alumnas, maestras, compañeras.
Mi mamá y sus libros. Cuando se me acaban los míos, acudo a la biblioteca del comedor, que en realidad es suya. "Antigua vida mía". Resalta en el estante, lo saco, recuerdo una antigua recomendación. Libro que recorrió quince días de Uruguay conmigo, y que sin embargo empecé a leer de vuelta en el asfalto porteño, entre idas en subte, vueltas en colectivo, minutos robados al sueño.
Te leí. Como leí a tantas mujeres, leí ahora a las tuyas. Amigas. Hijas, madres, nietas. Me retumba en la cabeza como una letanía eterna "Gracias a la vida". En voz de nuestra querida Mercedes. La voz de Violeta no la recuerdo. Tus mujeres sin darme cuenta se hicieron mías. Porque somos todas. Hijas. Madres. Nietas. Hija. Madre. Nieta. El trípode soldado con sangre. Tu coro griego me llegó al corazón. Soy Julieta, hija de Patricia, nieta de Teresa. Un día, espero, otra será mi hija y será nuestra. Y contará, cantará, con nosotras.
Yo también quiero mi último bosque.
Soy joven. Todavía le escatimo minutos a las horas y corro hacia el futuro. Sé que lo voy a encontrar, cuando sea el momento. Cuando sea el tiempo, el lugar, la compañía.
Mientras sigo cantando. Gracias a la vida. Por mis mujeres.

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