domingo, 28 de octubre de 2007

Instrucciones para sacar una espina

La espina es, por definición, molesta. Algo extraño a nuestro cuerpo que nos rasga la piel, nos lastima. A veces es grande, a veces chica. A veces tan diminuta que ni siquiera podemos verla. Pero de seguro que podemos sentirla. Y el no verla es peor, porque podemos en nuestra confusión pensar que nos estamos pinchando a nosotros mismos. Y qué tonto, qué absurdo pensar en pincharse a uno mismo, ¿no?
Pues bien, lo primero que hay que hacer para conseguir la remoción de la presunta espina, es identificar la fuente de dolor. Identificarla como algo puntiagudo y totalmente independiente de nosotros, que puede ser removido en su totalidad, aún si es necesario emplear uñas y dientes en el proceso.
La identificación puede parecer la parte más sencilla, y lo es en el caso de, por ejemplo, una espina en la palma de la mano. Pero desgraciadamente las bastardas afiladas no siempre elijen la palma de nuestra mano para penetrar, sino que pueden ser lugares mucho más incómodos y dolorosos, como un cachete de la cola, la planta del pie, el ombligo o el corazón. Y con sinceridad, ¿quién es capaz de admitir de buenas a primeras que tiene una espina clavada en el corazón? Hay quienes tardan meses, años, incluso décadas en admitirlo. Y ¿por qué? Porque si admitieran tener esa intrusa establecida en un lugar tan profundo, tan vulnerable, tan de cada uno (y a la vez siempre de alguien más); implicaría admitir también que esa parte estuvo expuesta de una manera tan violenta, brutal e impulsiva como sólo el amor permite. Y esto ya es demasiado admitir, sobre todo cuando lo que queda es una maldita puntiaguda.
Una vez identificado el punto del desgarro, hay que centrar todas nuestras energías en sacar, extraer, expulsar, expatriar y desterrar a ese elemento extraño que de tanto estar metido pudo haberse puesto como en casa en nuestro dolor. Esta parte del proceso puede demandar recurrir a todo tipo de recursos, desde una pinza, dientes y uñas propias y ajenas; hasta altas dosis de chocolate y baile. Y a veces, hasta puede ser necesario recurrir a medidas extremas: en vez de cerrarnos, protegernos e invernar hasta habernos curado; exponernos aún más a la otredad (como una pierna quebrada que decide curarse corriendo), y esperar que alguien venga, se asome y gentil o bestialmente nos saque la espina, plantándonos un beso y nueva flor en su lugar.




miércoles, 24 de octubre de 2007

Descargo adolescente

¿Quién se cree para decirme que no voy a cambiar el mundo? ¿Con qué derecho? Hay tantas formas de cambiar el mundo, y eso que todavía no elegí una carrera… ¿y aún así, sin más, me estampa en el pecho que no puedo cambiar el mundo? ¿Acaso conoce el mundo? ¿Acaso sabe qué mundo? Hay un mundo en un aula. Una persona es un mundo. ¿Y aún así, me dice que no puedo cambiar el mundo? No necesito solucionar el problema del hambre en toda África, o encerrar a todos los delincuentes para cambiar el mundo. Me basta con una birome y un pedazo de papel.
Quizás sólo quiero cambiar el mundo de un amigo.
Quizás sólo quiero cambiar el mundo de mi persona
pero mundo al fin.
Pero él no lo sabe. Él habla de “El Mundo”. Él habla.
Las palabras no se pueden tirar así nomás.
¿Por qué ese descreimiento de los años?
Crece la desesperanza con el crecimiento mismo. Si los creciditos no pudieron hacer mucho, ¿significa que los chiquititos tampoco? ¿Dónde quedó la esperanza en las generaciones futuras?
El querer más todavía no se me acabó.
Con suerte y un poco de agua fresca, no se me va a acabar en mucho tiempo.
Quizás el tiempo suficiente para cambiar el mundo.

.así me quiero.




¡Basta de canasta!

Siempre sacando el jugo.
Siempre estrujando.
Siempre experimentando hasta lo último
tratando de no desperdiciar nada.
¿Por qué?
¿Por qué así?
¿Por qué siempre ese miedo?
¿Esa necesidad?
Miedo a que nos saquen
lo que nosotros creemos
es lo poco que tenemos.
¿Y si hay más?
¿Y si eso es sólo la capa inicial?
Y nosotros corriendo
no nos vayan a robar nuestras capas
nuestra cobertura.
Sacándole el provecho hasta el fondo
a lo nuestro
y a lo que podemos conseguir de los demás.
Si no tuviera nada
tendría todo lo demás.
Si no tuviera nada
sería feliz.
*
*
*
*
¿Si no tuviera nada sería feliz? ¿A quién quiero engañar? Es solo un fin de poema apropiado, que suena bien, que deja pensando. “Pero qué bien, ella no necesita nada para ser feliz, pero qué espiritual”. No, no, no. “Pero qué hipocresía” sería no lo apropiado, sino lo que tengo que decir ahora. ¿Si no tuviera nada sería feliz? Claro, si no tuviera nada, aparte de mi cama, mi techo, mi comida y mi tele, por nombrar lo más básico.
Y después sí. Después puedo espiritualizar tranquila, porque sé que lo que tengo no se va a ir de ahí. Porque aunque no quiera, una parte de mi ya es burguesa y no creo que deje de serlo.Lo único que puedo decir, sin quedarme con los remordimientos que decir algo que no siento me provocan, es que más allá de mis comodidades básicas, trato de no querer siempre ese más y más que el consumismo capitalista provoca. Trato de mantenerme en lo relativamente simple, y en contacto con el verdadero mundo. Y en este aspecto, sí puedo decir, con la conciencia tranquila, que puedo de vez en cuando desacelerar el paso en la carrera diaria y quedarme escuchando el ruido de mis zapatos contra el suelo, o mirar el cielo hasta que me duela la nuca y sentir vértigo. Y si no es felicidad, por lo menos puedo decir que sonrío.

sábado, 13 de octubre de 2007

No tengo ganas de ponerme al día.
De saber
en qué andás
a dónde fuiste
o viniste
o con quién
qué empezaste
qué dejaste
qué cambiaste.
Hoy no.
Hoy tengo ganas
de simplemente estar.
Sólo estar.
Estar y que vos estés conmigo.
Con silencios o con risas
de la mano o hombro a hombro
mirándonos o mirando
o sin mirar.
Solamente
corazón a corazón.